lunes, 25 de junio de 2012

Ticket to ride

El color lila de una remera con manga tres cuartos, atraía a cualquier ojo a espiar por esa valija mal cerrada.
Como quien la arma al tun tun, sin reparos. Siquiera cuidando la mas mínima pertinencia entre el clima o la estadía. Una valija rechoncha. Densa. Difícil de maniobrar de aquí para allá. Exponente paradigmático de la consabida maleta de loco. Asomaba la manga lila. Y vaya a saberse qué más habría alli. 
Lo cierto es que fue aplomada en el asiento trasero medio polvoriento de uno de esos autitos europeos... Vehículos que cofcofean al zigzag de senderos enrulados. Así llegué al análisis. Así no, en realidad. Porque más tarde me enteraría que el análisis es otra cosa que viene después de que uno llega. O no viene nunca, aunque uno haya llegado hace rato. 

Se dice por ahí que el analista es como un viajante que se sienta del lado opuesto a la ventanilla, mientras el analizante relata el paisaje...                                                             
Sentada a la derecha de Freud Padre Todopoderoso, me adentré en ese cochecito, por los caminos del inconsciente. También se dice que el deseo es huella y camino. Y vaya si lo es!!! Un rally despiadado.
Algo sé también: que de la transferencia se habla en maniobras. Porque uno va y maneja lo mas campante: que mirá las vaquitas por allá, que qué lindo el laguito de más acá... pero cuando en el horizonte se advierten los bueyes perdidos y el camino ya no es tan soleado... ahi la cosa cambia. Ni hablar de si el buey aparece descarnizado en el medio del paso, hediondo de moscas y pustuliento de gusanos, como si la putrefacción misma se hubiese hecho carne inmunda en él y solo en él... ahhhhh no, ahí nadie quiere mirar para adelante. La inmovilidad del espanto demanda respuesta inmediata a nuestro copiloto. 
Yo misma levanté las manos del volante, en intento de arrojarme, con tal de no tener que tolerar la escena del buey, ni ninguna otra de ínfimo tenor. Ahí aparece él o ella. Nuestro copilto designado, elegido sustitutiva y transferenialemente, con amor infantil. Hace su heroico enlace de cadena significante, como cowboy que enlaza ganado, Analista. Es él o ella quien da el volantazo, e impide que el carcajo en el que emprendimos la hazaña, vuelque. La mismísima maniobra de la transferencia.
De Analista lo hemos esperado todo. Pero la transfenomenicidad de su presencia, nos ha dejado solos. Sola. Pataleando por ese amor que no tiene ton ni son, como la maleta del loco. Berrincheando por que Analista me lleve a pasear, y me diga qué empacar en mis quimeras. Y nada. La incógnita, mantenida con vehemencia... 
Trascendida la escena y desmitificado el horror del cadáver y perfilado otro atajo en el paseo, la liviandad reclamaba que se tomaran acciones con la rechonchez del equipaje. Al naranja del atardecer, le aconteció el pase. Analista había devenido en mampostería. Había por fin, caído. 
Como en la cinematografía onírica, ya el auto no era el cofcofeante sajón o germano. Del mismo modo que en la proyección de personajes nocturnos, sabemos que ese es ese y no otro, aunque tenga cara de otro, o aunque hasta unos segundos hubiese sido aquel, así de simple. Jeroglífico puro.
Me vestí con la remera de la manga que asomaba. Chau a la maleta y al enjambre de compulsiones reeditadas. Rollos enredados de negativos de fotos nunca reveladas. Ahora vuelvo a elegir, ahora elijo... Baby you can drive my car, yes I'm gonna be a star, baby you can drive my car... and maybe I'll love you...





Beep beep, beep beep yeah!!!




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