viernes, 22 de marzo de 2013

Muchunguita

con un puñadito de arena, un budín.
Con un flequillo pícaro,
un subrayado perfecto de dos puntos de luz.
Una resbalada sin manos,
con el ímpetu de una alfombra voladora y muy mágica.
El envión de la hamaca te trae a abrazarme.
Cualquier palabra que escriba después, es silencio.

Negro el 38

así como quien no quiere la cosa, salí del negocio en el que pregunté el precio.
Hubiera llorado.
Pero preferí esperar,
Mientras cruzaba la calle me acomodé el pañuelo con aires de superada, nadie tenía que notar lo que acababa de ocurrir.
En diagonal (porque el enojo me empuja a revelarme contra los mandamientos del buen peatón) llegué a la otra vereda. Las manos apretadas. Una en un bolsillo, la otra en la cartera.
Sentí el sol en los ojos, y me inmolé abrasada por la fotofobia. No iba a sacra los lentes. Estaba enojada. Punto.
Con dos ranuras a ambos lados de la naríz, intentaba no tropezar con nadie, y eso me enojó más.
No lo soporté.
Sonó el teléfono. No atendí.
Entré en la panadería donde hacen el café que tanto me gusta. Pedí un té.
Miraba por la ventana esperando a nada. Torbellino de pensamientos y murmuraciones. Rumia pura. Quietud afilada.
Pagué en la caja. Salí.
Volví a cruzar en diagonal. Me puse los lentes, ya no soportaba más.
Entré al negocio del que había salido pretendiendo que nadie lo notara.
Me acerqué. Como para que nadie oyera lo que iba a decirle.
Me saqué los lentes, en primer lugar notando lo ridículo de mi apariencia en la imagen oscura que me devolvía el interior. Pero por otro lado, porque quería que recordara bien recordado lo que iba a decir, y lo que no iba a decir también. Y para eso se me tenían que ver los ojos. O al menos yo suponía que iba a lanzar rayos o algo así. (Esto lo pensé, y aguanté la risa. Descubrirme tan infantil en un momento crucial, me dió más coraje)
- Los voy a llevar en 38...
Me mira. Me quedo parada deseando con toda mi presencia que me recuerde, que haga ese gesto que sobreviene a la recapitulación fisonómica y al tiempo y al espacio.
Espero esos segundos a que llegue el comentario . No llega. Se da vuelta, caminando con la vista en otra puerta, me pregunta si quiero probarlos. Sigue caminando. Vuelve con la caja y se agacha al lado de mis pies sin que yo le haya contestado. Vi su nuca, y cambié los rayos por visión de guillotina. No funcionó. Me probé los dos, caminé. Me mezclé. Estaba contenta, me gustaban.... pero no me quería olvidar de que estaba enfurecida.
Caminé hasta el espejo. Busqué su mirada en el reflejo y me sonrió.
- Te quedan muy bien.
-Son hermosos- dije, mirando el piso.
El desconcierto de la indiferencia me estaba provocando nauseas, hasta consideré que quizás me estuviera confundiendo.
Dando por terminado el esperpento, decidí acercarme más. Pagué. Esperé.
-Hubiera imaginado encontrarte en cualquier otro lugar, menos acá. Pero ya ves... el mundo gira como una ruleta, (me avergoncé de lo barato de mi metáfora comparativa, pero no vacilé)
Aprovechando el ahora SU silencio de desconcierto, retruqué con más silencio y más presencia.
No dijo nada. Miró hacia la calle. No dije nada. Salí del negocio en el que había preguntado el precio.