jueves, 31 de mayo de 2012

La idea obsesiva

es como una tabla de lavar

Fregás y refregás. Te rompés partes del cuerpo retorciéndote en el esmero para que lo manchado desaparezca, y nada: te mira cada vez más instalado y no se va.
Tiene ese olor a madera mojada, apestosa de humedad.
Y así  intentás, en vano -obvio- darle y darle a algo, en apariencia sucio.Que incomoda y molesta, como una mancha de salsa en un mantelito blanco de tomar el té. Es sabido por qué molesta. Porque no era eso.Era otra cosa. O sea, no encontrás cómo explicarlo, pero sabés muy bien cómo es. No se lava en una tabla, todos lo saben, pero vos lo hacés en el fondo de tu lavadero personal, sin éxito ni gloria.
Y queda la evidencia, la representación del representante a la vista de esos todos.
En el mantelito del té, no se comen los fideos con tuco.  No lo podés evitar y ya te descubrieron.
La idea obsesiva no se enjuaga con nada, ni con lavandina sacás los hongos de la tabla. Están ahí, acampando por los siglos de los siglos. Son colonia, pero se pasan de imperialistas.
Le das por todos los ángulos, y no hay manera. Esa inflexibilidad ya es un enemigo desafiante. La querés partir en pedacitos, como intentando desglosar algo de su morfología categórica e imperativa, para que ocupe menos lugar, y que  no sea tan contundente. Pero no. Ni se inmuta.
No solo eso. No sirve para nada. No saca la mancha, no ayuda a limpiar, y encima, como si algo le faltara, molesta en sí misma. Como resabio de lo viejo y heredado. Como esos objetos de la infancia que tus viejos acomodaban en repisas y odiabas mirando con ojos afinados, desde el marco de la puerta de tu cuarto. Que conjuraste no tener nunca en tu propia casa. Y hoy, cuando abrís la puerta, es lo primero que ves. Un horror. Te mordés los labios, sacudís la cabeza lado a lado y para abajo. Fruncís la vista y no la podés creer, no?
Intentás tomarlo con un poco más de calma, racionalizando la cuestión de que es sólo una tabla de lavar, y que no pasa nada, porque vamos! es madera mojada... pero ni vos te convencés.

La idea obsesiva sigue ahí. Tiesa, haciéndote refregar y retorcer. No la podés desechar al carajo y listo. No saca la mancha. No sirve para nada. Como una tabla de lavar... con todo lo que ella implica.

miércoles, 30 de mayo de 2012

23.30

A estas horas, me arropabas.
Mi pelo se enredaba en tu caricia, y me perdía en lo aterciopelado de tu voz... que era mi risa.
Servías un té muy oriental. La paciencia de tu mirada, hundía toda mi irritabilidad en lo efímero. Y sólo quedábamos vos y yo. Y una almohada.
Te contaba como, en las vísperas de nuestra cotidiana celebración, había transitado un día normal y corriente. Todo lo encontrabas maravilloso. Y para mí, tu presencia bastaba para que la dicha se hiciera texto.
No hacía frío. Estabas.
No había un límite entre el soñar y la vigilia. Me dormía escuchándote. Despertaba más abrigada.
Esos besos de cereza hacían soleadas hasta las mañanas en las que el sol parecía estar en huelga de rayos caídos...como perdidos en lo mojado de un aire que no me hacía falta respirar. Aire puro y flotar en él, eso era amanecer después de vos.
Recorrer el mercado, una travesura que esperaba narrarte con picardía cómplice. Paseaba por vidrieras llenas de regalos que envolvía para darte, pero sin decirte nada.

Cruzar el infierno urbano que me alejaba de casa, era un tránsito ajeno. Nada me tocaba. Porque sabía que no había momento más sutil que la llegada. Ahí estabas. Y ya me lo habías anunciado de todas las maneras posibles.Con la sorpresa de lo cálido. Bálsamo inusitado.
Tu aroma en todo mi espacio. Tu tacto en toda mi temporalidad. Tu presencia total. Por todos lados. En toda yo.
A estas horas me arropabas...
En este instante sé, que sos tan imaginario como una nube con forma de gato gordo y gris.
En este instante sé que el silencio se tragó la risa.
En este instante sé que el abismo del desconcierto, duele más que la palabra más afilada.






lunes, 28 de mayo de 2012

Paréntesis musical


AM&E (ahora mirando y escuchando)





Oh don't, don't, don't get up
Sh, sh, sh, sh
I can't see the sunshine
I'll be waiting for you, baby
Cause I'm through
Sit me down
Shut me up
I'll calm down
And I'll get along with you 









No puedo dejar de sorprenderme cuando me llega una canción, y dice algo de lo que yo quería decir, pero no sabía cómo...
Estos chicos son divertidisimos.
Simples.
Me encantan.

Jarrito

Las mañanas y las tardes, desde marzo hasta noviembre o un poco más también, no son sin Jarrito.
Jarrito es eso, un jarro pequeño, o una taza enorme. Pero como le tengo cariño, me quedo con el diminutivo.
Huele a los aromas de infusiones varias, y también a las mezcolanzas casi alquímicas que en él vierto.
A primera hora, café. Tres, mínimo. Llegando el mediodía, una sopa. De preferencia, espárragos.
Y después... después arranca la quimera. Jarrito suplica con sus asas juntas a modo de ruego, que deje de llenarlo y vaciarlo  al ritmo con el que tipeo informes, trabajos y manualidaddes virtuales. Él sabe que a falta de un interlocutor real, voy y vengo a la cocina, hablando conmigo misma, con la cabeza tan humenate como su borde. Una enjuagada así nomás, y otra ronda, de lo que sea.
Siempre me acompaña, y sabe esconderse a la hora de las visitas. No queremos que nos descubran. El ya no está para la vida en sociedad, y nuestro romance, es secreto.  Así lo queremos ambos.
Tengo un perro también. Pero Jarrito... él es especial. No sé si es mi mejor amigo. Ni mi enemigo, ni mi amante, ni mi mentor.
A veces oficia de párroco confesor, y su mirada comprensiva me reconforta, tanto como el té de Ceylán. Cuando ya no doy más, cuando lloro y moqueo por los infortunios de la vida, el es mi apoyo. Sabe servirme capuccino, y cede protagonismo a alguna solidez dulce. Eso sí, en los momentos de felicidad, rebalsa de café fuerte, o de tés especiados. Y todo es celebración. Baila sobre el parlantito sobre el cual lo apoyo. Porque cuando hay alegría, la música está a todo vapor. Como Jarrito.
Podría decirse que Jarrito es a mi, como Willson a Tom Hanks. Pero no tiene cara. O las tiene todas.
También su hueco hace a las veces de instancias psíquicas. Y sus brevajes me funcionan como superyó, o ello, según anden mis humores. Todo se complementa y fusiona. Y no me digan que es demasiado para una taza!


miércoles, 23 de mayo de 2012

Café

Por aquellas cosas que archivé, y hoy vuelven... como quien vuelve al país, pero todavía no...

Si me lo preguntaban, hubiera jurado que nunca lo haría.
Pero no me lo preguntaron, y lo hice.
Una dimensión desconocida de mi risa y sabores de cremas varias, hicieron la delicia de mi jueves por la tarde.
Insospechado, insospechable. Y tan real, por fin.
Una temperatura humeante, al roce con los labios, logró intimidarme. Con aroma desconocido y color lejano. La intensidad, toda.
Un café.
La borra en el fondo de la taza me habrá delatado? No había nadie. No se lo dije a nadie.
Y me tomé hasta el último sorbo.



lunes, 21 de mayo de 2012

El Seminario

Resulta que hoy compré un libro.
Y qué libro.
Un impensable, para mí.
Como si eso fuera poco, estoy chocha con el.
Hace más de diez años que transito los pasillos de ambas mazmorras Psi...
Sí, más de diez años. Lo escribo y se me fruncen los ojos, como si no quisieran ver en la pantalla esta de papel virtual, una verdad tan bochornosa.
Supongo que lo superaré, o no, pero al menos espero recibirme en breve. Tampoco sé muy bien para qué, pero ese es otro canto.
Resulta, entonces, que ahora en mi biblioteca mínima, está él: la perro -chiste. Malo, pero inevitable- Lacan.

Llegó don Jacques a esta humilde morada. Él y su matemática afrancesada, de hermenéutica libidinosa.Yo le dije muchas veces que con el aporte de Saussure, cualquiera es Gardel. Se lo dije y de muy mala manera. Enojada. Rasgandome las vestiduras, como acostumbro cuando algo me enerva. Aunque tal enervación sea fruto de mi ignorancia, claro. Pero me las rasgo igual. No escatimo en el gasto textil, ni en la exageración de las proclamas. 
Acérrima para la oposición a los freudianos y post freudianos, y casi nazi para los lacaneanos, hoy soy toda tolerancia. Bueno, casi.
Sé que las malas lenguas acusarán tal tolerancia de tendenciosa e inconsistente, pero no es así. Vean.
Haber dado paso a mis ojos para que se adentren en senderos de grafos y matemas, en colinas de campiña francesa, es parte de mi excursión intelectual. Como quien agarra la bici y se va por ahi.
Sabemos que a Michel nada lo corre ni un milímetro de mi corazón pulsional. Ninguno de sus compatriotas, ni ninguno de sus congéneres. No obstante, él me dijo que el estructuralismo no es un método nuevo, sino la conciencia despierta e inquieta del saber moderno. No puedo ser más estructuralista que el estructuralismo. No lo soy, tampoco. Sí inquieta. 
Por eso, mis pies me llevan por la vastedad de las letras. Todas las que pueda abarcar. Que son muchas menos que las que desearía conocer. 
Así llegué a ese camino -que más tarde otro coterráneo indicaría de- inclasificable. 
Ahí estamos todos. Los que sí y los que no. No hay una divisoria de aguas de locuras más o menos.
No hay eso del bushido del no-gris. Acá estamos todos, como en un mar de caras en hojas de diarios... crónicas de vidas de todos los matices. Y  ninguna clasificable.
Algunas teorías hacen creer a algunos fanáticos, que no hay nada más allá, ni más acá ni más después. Y eso quita toda nobleza a la teoría misma. La echa por la borda, la fulmina, la ultraja.
Realmente no es imperativo conocer si el destino de Freud, el Che Guevara o Cristo hubiera sido otro de haber continuado ellos vivos. Lo que sí es casi un deber ético, es la elucidación de un supuesto saber. De un Otro supuesto al saber, como dice acá, mi nuevo amigo.
Seminario 3. Psicosis para todos y todas -otro chiste, peor que el anterior- 
Lecturas inquietas. Siempre.





domingo, 20 de mayo de 2012

Peces y flores... in memoriam


flotitud

y todojunto

Te extraño. Y a la vez, no. Porque llueve y no te veo.
Te lloro sin decirte y te nombro en ausencia.
Llamo a Pelusa y no viene. Dónde está ese gato ahora que lo necesito?
Sí, ya sé que es imaginario. Pero sabés qué? Creo que hasta a él te llevaste.
Devolveme la magia que te robaste, y que escondiste bajo tu sillón colorado.
No te voy a decir nada, no te lo voy a decir nunca.
Ya sabés que creo que moriré antes de develar los misterios de la matrix internética. 
Y te escribo acá, por no decirte ahí.
Te extraño, pero no te quiero.
No quiero quererte. No te quiero mio.
En esta lluvia no hay gotitas. Y mi chicle se empecina en ser berry, (aunque lo deseo cherry)
No sé quién sos. Pero a la vez, sí.
Te escribo sin leerte y eso me condena.
Sé que no hay métrica que contenga esta canzonetta.
Pero tampoco hay cuerpo que resista tanto silencio.
Me la estás haciendo difícil, recontra dificil. Y tenés razón. Cuando fuiste simple no te creí.
Y yo que me proclamaba la reina de lo simple y verdadero! salí despavorida por esa calle que ya sabés. Esa, por la que te corrí tantas veces. Por la que te alcancé descalzo, tropezando dos veces con la misma piedra. Tan imaginaria como Pelusa.
Te pido perdón, con tantos ideogramas como caben en una taza japonesa. O china.
Nadie en la vida, nadie, hizo de un beso un capítulo siete. 
(lo copio letra por letra, como un castigo en tu nombre, de la textura de un libro que huele a tu noche)


 Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

     Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Parapapá

La imaginación no tiene techo. Pero mi cocina sí.
Los grandes ideales que hoy profeso a cielo abierto, guardan intima relación con algunos techos que no fueron tales en tanto tope, sino resguardo. En la construcción de estos y en los reales de mi cocina, ayudó -si es que este verbo a caso alcanza-.
Como en la crónica de mi vegentarianidad, no todo es tan risueño, pero no importa.
En definitiva, esta no es sino una retorcida manera de dar paso medianamente formal, a un enunciado al boleo que disparaté hoy a la mañana. Pero, vaya a saber qué habrá conmovido, fue solicitado. Algo así como una nota mental, que requería un poco más de fundamento.
Iba a mandar un mail, pero me pareció que bien podría -esta- ser la oportunidad de una nueva entrada en -este-, mi maxikiosco personal.
Los motivos de las gentes son recónditos. Las utilidades de las capacidades humanas, inverosímiles.
El sentido de fraternidad sin lazo de sangre, no tiene nombre. Y acá viene: la identificación a un significante, aun cuando este represente lo peor, lo siniestro, puede tener cierta relación con la resiliencia (pensaba yo). Y -agrego que-, a falta de un algo que nombre el fervor fraterno, esta identificación es solo a una palabra. Que nada tiene que ver con una parte del todo significado, sino que emerge a costa de un Tánatos que no logró su hazaña. Al que se lo nombra como patrón y señor, paradójicamente, de la vida.
Una vida que no vale por sí misma -como si eso fuera poco- sino por el recupero. Una nueva versión de lo que fue y que nadie quiso, pero que conminó a una nueva realidad, en la que no tiene asidero el emblema, sino lo puramente simple. El alma.



jueves, 17 de mayo de 2012

Ciclotimia sin igual, la que padezco. Me ha dejado muy pero muy mal parada en relaciones y situaciones de todo tipo. No puedo aguantarme las palabras inoportunas, sencillamente, no puedo.
Quedo esclava de mis sincericidios, y lo que es peor, me termino de cavar la tumba cuando intento maniobrarlos.
Significantes más, significantes menos, pareciera no haber un filtro entre lo que pienso y lo que digo. O hago.
Sí. Ya son casi pasajes al acto.
Con el tiempo -a algunos les llevó más, a otros menos... y otros aun lo intentan- quienes me conocen, empezaron a tenerme más paciencia. O piedad.
Lo peor de todo esto, es que cuando más feliz soy, menos hablo. Se desliza y evidencia, entonces, la carencia absoluta de esta sensación. Mi verborragia crónica, mi padecimiento hablado.
Pero a todo esto -y por suerte y alivio para mi- hay también puertas o ventanas o algo, que se abre.
Estas aperturas solían venir de la mando de algún caballero muy señorial, que entraba en mi vida por la alfombra de la realeza, y salía despedido por el paredón del olvido.
Modas de un silencio ficticio. Mal actuado de mi parte. Y con motivaciones de complacencia, en la pretendida (y añorada) calma. Que no era tal, claro.
Hasta que  un día, me callé. Simplemente me callé, y fui felíz. No hubo nadie a quien atribuirle mi calma. Igualmente, fue hace tan poco que probablemente no sea un alguien en particular, sino los muchos en general. La vida, mi arte. Vaya uno a saber. Pero es. Una nueva ala. O la que me faltaba.
La clara experiencia de libertad, la sensación de volar y flotar al mismo tiempo. Aire y agua. Como una versión viviente de ese cuadro que siempre me gustó y que nunca supe como se llamaba. Ese en el que hay muchos peces que trasmudan en pájaros. O al revés.
Hoy encontré todo. De a ratos me retuerzo presa del pánico ante lo nuevo. Me permito un desliz de palabrines, y no sucumbo. Es como un acuerdo. Un trato. Un tratar... a veces lograr, a veces no. Pero es.
Y digo que encontré todo, porque no solo que hallo mi esencia en el silencio -en el que soy- sino que además, después de haber dado el último (espero) coletazo de barbaridades semánticas, estoy en paz.
Ubiqué la maravilla de lo posible. De lo que se puede. Que es real. Que no es la muerte de nadie si me equivoco, ni si me atrevo. No muero por no decir. Digo porque quiero.
Encontré mi deseo.
Y el cuadro.




Esto era todo?

todo... que es nada.
palabras encriptadas en melaza innecesaria. Embriagante jugo falaz de verbos y afines... todo para qué? para nada...
Con qué necesidad las palabras y las cosas mancomunan esfuerzos para socavar voluntades? Si a caso fuera imprescindible decir algo, la piedad de la urgencia echaría su manto. Pero un sinsentido tan atroz como escéptico, no tiene perdón. Ninguno.
Teñir mañanas enteras, transicionales tardes otoñales, y noches rayanas en locura y alba... teñir de un color gris, suave y agamuzado. Como un gato ruso azul imaginario. Para qué? Para un todo que se desmadra en banal nada.
No hacía falta nada. Y sin embargo, se echó mano de todo. Hasta de un sensiblero arrabal lluvioso, confinado a ser testigo de una querencia mentirosa. Un exabrupto de deseo voraz, que fue tan efímero como canibalístico... Una serpiente mordiéndose su propia cola es incluso más grácil, que tal difamante bochorno letrado.
Promesas y conjuros de todos los matices. De todos. Que son nada.
Dispuesta a sostener con la materialidad de mi cuerpo entero aquello en lo que me traduje, asistí al esperpento de lo tácito. Del ni. Del pero.
Horror. Siniestro todo, que era nada.
No me arrepiento. Así y todo no me arrepiento. No dejo de preguntarme sobre los motivos de las gentes. Y eso que trato. No entiendo. Nada. Que es todo.
Por alguna callejuela arrastraré tamaña decepción. Buscaré en las alcantarillas lo perdido de la huella mágica. Me sorprenderé, con zapatos rojos, volviendo unos pasos. Remezclaré esas palabras. En el mayor número de su posible combinatoria. Sabré que la mística de lo no dicho tiene el efecto radical de lo inmaculado. En medio de estos vaivenes no podré sino asumir que son mis propios parámetros rancios los que me confinaron. Dejaré la puerta abierta, para salir sonriendo. Riendome de mi misma, como acostumbro al descubrirme enmarañadamente trastornada.
Conservo la expectativa lúdica intacta. No sufro. Una calesita al son de una verdulera es menos irritante que tanta pregunta.
Capaz solo basta con decirle a quien corresponda todo esto. Pero si es nada.... para qué?
Empujo al olvido? Espero en el barro?
Yo no quería nada. Y pasó todo. O quería todo y no pasó nada?




lunes, 14 de mayo de 2012

Mordida de hielo

El dolor es frío, no tengo duda.
El amor puede ser  caliente, o no. Pero el dolor es hielo. Dientes afilados como estalactitas y estalagmitas que trituran toda voluntad de vivir.
La nada puede ser oscura, o no. Pero el dolor es gélido. Paralizante sensación de desconsuelo...
Todo infortunio parece acontecer en invierno. No hay beso de verano, ni sonrisa de primavera.
Claro que la impronta pictórica de los chocolates y el brandy al fuego podría ser la adecuada refutación de esto que digo. Pero no. Esa es una opción, es solo una de las miles posibilidades que puede acontecer entre bajas nubes negras. El frío es frío. Como el dolor.


miércoles, 9 de mayo de 2012

Uno

Enganchar palabras para poder hablar un poco de él, es un acto sin fin.

Podría pasar horas y horas... y abochornarlo ante sus amigotes (como ya lo he hecho en alguna que otra ocasión).
No voy a excederme. O al menos intentaré automoderarme.
Pero no puedo no hablar de él. No hay un día en el que no lo mencione. A quien sea, y con cualquier motivo.
Así como mis abuelos merecen un capítulo especial -que aun les debo- él merece una colección de veinticinco tomos, mínimo. Lo amo. Tanto. Tantísimo.

Una anécdota, y me callo.
Año 1999. Yo diecisiete, el cinco, apenas. Plaza en Puerto Madero (que lo llevábamos al río invariablemente los días de viento y frío, también merece un apartado especial).
Conseguimos una hamaca! Corrimos (yo más desesperada que él, obvio). Lo siento, lo acomodo y le indico que se agarre y se sostenga y no se caiga y tenga cuidado y no se mueva mucho... me mira. Me callo.
Mientras levantaba la hamaca con él arriba, oigo a un padre llamando a su hijo por el nombre. Me quedo inmóvil.
Si había algo que nunca hubiera sospechado, es que alguna otra persona en el mundo se pudiera llamar como él. Amo su nombre, pero es raro. Especial. Como él...
Absorta y quieta, asistiendo a la caída de todos mis postulados respecto del nombre y sus posibles tocayos, un chaparroncito de voz grave y dulcísima me increpa:
-daaaaale, me podés hamacar?
-si... pero viste? (medio lenta en la prosodia) hay un nene que se llama como vos...
-hay mil perros que se llaman como yo. Me podés hamacar de una vez?

El resto del mundo sobra.

lunes, 7 de mayo de 2012

Escarbando rellenos

de cómo dejé de ser fundamentalista

o de cómo me volví menos o más... algo.

El emporio de vegetales que suele haber en mi casa, amerita todo tipo de cometarios de mis invitados, huéspedes y hasta la propia familia.
Adoro que el crisper de la heladera tenga esa atiborrada sensación verde.
Igual, esto que hoy cuento tan resuelta y alegremente, transitó por la sinuosidad de varios empedrados.
Volvía de la escuela un mediodía... seguramente no de invierno o de baja temperatura. Esto no lo recuerdo en si, pero el desenlace del asunto es lo que me hace arribar o dilucidar un poco el tema.
Llegaba, entonces. Me opuse tajantemente a comer el churrasco que se cocinaba para servirse en breve.
Ante el asombro, indignación e inmediata resignación de quienes me criaron, el churrasco fue remplazado por un: -hay para hacer ensalada-
Perfecto, pensé.
Rallé zanahorias y corté lechugas. Ofrecí hacer más para el resto de los comensales. Nadie contestó. Yo hice.
Nos sentamos a almorzar. Ellos: miserables asesinos animalicidas, carnívoros de alma corrupta; y yo: la emergente y flamante vegetófila, la proclamadora de la igualdad de especies cósmicas, la sana y natural.
Recuerdo que no me importó en lo absoluto comer ensalada tres días seguidos. Y, como dije antes, supongo que sería porque las temeperaturas me lo permitían. (Hoy para mí sería un impensable comer algo sin cocción si la temperatura ambiente es inferior a veinticinco grados).
Lllegó el invierno.
A todo esto, la sociabilización de mi nueva manera de salvar a la especie humana del pecado original de la fagocitación carnívora, crecía de manera exponencial.
A cada reunión a la que iba, llevaba mi prédica. Pero era sutil. Tenía estrategia. No me abalanzaba sobre quienes elegían el bocado pecaminoso, sino que esperaba que me lo ofrecieran, para luego hacer pompa y gala de mis motivos (más que fundamentalistas, claramente) para no cometer tamaño crimen. Logré evengelizar a unos cuantos. Y horrorizar a más de esos cuántos...
Así, a medida que mi imperialismo ideológico del vegetal avanzaba, el frío se hacía cada vez más crudo.
Un día, una noche, en realidad, llegué a mi casa. Cinco grados bajo cero. Había pollo al horno. Me sirvieron  las papitas y esas menudencias que suelen acompañarlo.
Miré el pollo humeante. No cedí. Terminó la cena, y orgullosa, me tomé tres tazas de té hirviendo, como para darle un poco de temperatura a mi cuerpo incólume de fratifagia. Porque ese era mi lema: somos todos hermanos. No nos comemos.
Pasaron años de papas y ensaladas. Años de escarbar rellenos en busca del rastro, prueba del delito. Años de no comer chocolates que tuvieran grasa bovina. De no usar shampoo de marcas que experimentaran con animales. De leer y participar activa y acérrimamente de espacios veganos, macrobióticos y otras banalidades de la vegetarianidad orgánica y casi zen.
Me fuí decididamente al carajo. Pero no cedía.
No sabría ubicar un punto de inflexión como el del inicio de esta quimera. Creo que fue más paulatino. O más algo, o menos otra cosa.
De a poco y readaptando toda teoría a los parámetros de una práctica un poco más civilizada, fui conviertiendome en esto que soy ahora. Que no sé bien qué es. Pero que tampoco me importa.
Lo que sí recuerdo, es que en este rito de pasaje progresivo, una noche, volvió a haber pollo.
-Mari, en el horno están las papitas (con cara de "y esas porquerías que comés vos")
-bueno... (y sabiendo que este era mi fin, o mi principio) pero quiero pollo.
HORROR del público familiar.
-???!!!
-sí, (y tratando de fundamentar lo infundamentable) es como que no me da tanta angustia que se muera un pollo (listo, me había enterrado sola)
- Claro, animal que merece morir, animal hijo de puta si lo hay, el pollo... -
Dijo mi papá, haciendo ahora gala él, pero de su perfecto sarcasmo. Ese que heredé, y que con arduo trabajo aprendí a amar. Casi tanto tanto como a él. Pero no tanto.

viernes, 4 de mayo de 2012

Ahora ya pasó, pero tampoco me olvido.
Aunque admiro el temple de acero de mis amigos, que más que de hierro, son de fuego. O de todo. o de más.
Si de repente me dijeran que hay un incendio o que hay que cruzar el río, o esas cosas a las que uno  juega cuando niño tan fatales y horrosamente divertidas, yo lo salvaría sin dudarlo.
De cualquier cosa, si pudiera. De lo que sea.
No pude salvarlo, y me deshago en una omnipotencia estúpida que a lo único que supo llevarme fue a la nada misma.
Primero, del descarno de la incertidumbre, que siempre es más poderosa que cualquiera de las certezas.
Y después, ante lo inminente de lo inevitable, atada de manos y pies.
El alma en pedazos, cuando el dolor de otros duele más que el propio. No tuve palabras. Ninguna. 
Todos los deseos de que al otro día volvieramos a reírnos de nosotros mismos, como siempre, como si nada.
y así fue.
Así es.
Corto el teléfono y agradezco tu presencia en mi vida. 
Acá te lo escribo (como puedo).

jueves, 3 de mayo de 2012

Cherry (blossoms)

de peces
de flores
de una frase 
de un otro
de una noche
de un capítulo
y de nada
que es todo
de espejos
de un gato
de un gris
de un simbolo
y de tu voz
que es mi risa