miércoles, 30 de mayo de 2012

23.30

A estas horas, me arropabas.
Mi pelo se enredaba en tu caricia, y me perdía en lo aterciopelado de tu voz... que era mi risa.
Servías un té muy oriental. La paciencia de tu mirada, hundía toda mi irritabilidad en lo efímero. Y sólo quedábamos vos y yo. Y una almohada.
Te contaba como, en las vísperas de nuestra cotidiana celebración, había transitado un día normal y corriente. Todo lo encontrabas maravilloso. Y para mí, tu presencia bastaba para que la dicha se hiciera texto.
No hacía frío. Estabas.
No había un límite entre el soñar y la vigilia. Me dormía escuchándote. Despertaba más abrigada.
Esos besos de cereza hacían soleadas hasta las mañanas en las que el sol parecía estar en huelga de rayos caídos...como perdidos en lo mojado de un aire que no me hacía falta respirar. Aire puro y flotar en él, eso era amanecer después de vos.
Recorrer el mercado, una travesura que esperaba narrarte con picardía cómplice. Paseaba por vidrieras llenas de regalos que envolvía para darte, pero sin decirte nada.

Cruzar el infierno urbano que me alejaba de casa, era un tránsito ajeno. Nada me tocaba. Porque sabía que no había momento más sutil que la llegada. Ahí estabas. Y ya me lo habías anunciado de todas las maneras posibles.Con la sorpresa de lo cálido. Bálsamo inusitado.
Tu aroma en todo mi espacio. Tu tacto en toda mi temporalidad. Tu presencia total. Por todos lados. En toda yo.
A estas horas me arropabas...
En este instante sé, que sos tan imaginario como una nube con forma de gato gordo y gris.
En este instante sé que el silencio se tragó la risa.
En este instante sé que el abismo del desconcierto, duele más que la palabra más afilada.






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