domingo, 20 de mayo de 2012

Parapapá

La imaginación no tiene techo. Pero mi cocina sí.
Los grandes ideales que hoy profeso a cielo abierto, guardan intima relación con algunos techos que no fueron tales en tanto tope, sino resguardo. En la construcción de estos y en los reales de mi cocina, ayudó -si es que este verbo a caso alcanza-.
Como en la crónica de mi vegentarianidad, no todo es tan risueño, pero no importa.
En definitiva, esta no es sino una retorcida manera de dar paso medianamente formal, a un enunciado al boleo que disparaté hoy a la mañana. Pero, vaya a saber qué habrá conmovido, fue solicitado. Algo así como una nota mental, que requería un poco más de fundamento.
Iba a mandar un mail, pero me pareció que bien podría -esta- ser la oportunidad de una nueva entrada en -este-, mi maxikiosco personal.
Los motivos de las gentes son recónditos. Las utilidades de las capacidades humanas, inverosímiles.
El sentido de fraternidad sin lazo de sangre, no tiene nombre. Y acá viene: la identificación a un significante, aun cuando este represente lo peor, lo siniestro, puede tener cierta relación con la resiliencia (pensaba yo). Y -agrego que-, a falta de un algo que nombre el fervor fraterno, esta identificación es solo a una palabra. Que nada tiene que ver con una parte del todo significado, sino que emerge a costa de un Tánatos que no logró su hazaña. Al que se lo nombra como patrón y señor, paradójicamente, de la vida.
Una vida que no vale por sí misma -como si eso fuera poco- sino por el recupero. Una nueva versión de lo que fue y que nadie quiso, pero que conminó a una nueva realidad, en la que no tiene asidero el emblema, sino lo puramente simple. El alma.



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