lunes, 7 de mayo de 2012

Escarbando rellenos

de cómo dejé de ser fundamentalista

o de cómo me volví menos o más... algo.

El emporio de vegetales que suele haber en mi casa, amerita todo tipo de cometarios de mis invitados, huéspedes y hasta la propia familia.
Adoro que el crisper de la heladera tenga esa atiborrada sensación verde.
Igual, esto que hoy cuento tan resuelta y alegremente, transitó por la sinuosidad de varios empedrados.
Volvía de la escuela un mediodía... seguramente no de invierno o de baja temperatura. Esto no lo recuerdo en si, pero el desenlace del asunto es lo que me hace arribar o dilucidar un poco el tema.
Llegaba, entonces. Me opuse tajantemente a comer el churrasco que se cocinaba para servirse en breve.
Ante el asombro, indignación e inmediata resignación de quienes me criaron, el churrasco fue remplazado por un: -hay para hacer ensalada-
Perfecto, pensé.
Rallé zanahorias y corté lechugas. Ofrecí hacer más para el resto de los comensales. Nadie contestó. Yo hice.
Nos sentamos a almorzar. Ellos: miserables asesinos animalicidas, carnívoros de alma corrupta; y yo: la emergente y flamante vegetófila, la proclamadora de la igualdad de especies cósmicas, la sana y natural.
Recuerdo que no me importó en lo absoluto comer ensalada tres días seguidos. Y, como dije antes, supongo que sería porque las temeperaturas me lo permitían. (Hoy para mí sería un impensable comer algo sin cocción si la temperatura ambiente es inferior a veinticinco grados).
Lllegó el invierno.
A todo esto, la sociabilización de mi nueva manera de salvar a la especie humana del pecado original de la fagocitación carnívora, crecía de manera exponencial.
A cada reunión a la que iba, llevaba mi prédica. Pero era sutil. Tenía estrategia. No me abalanzaba sobre quienes elegían el bocado pecaminoso, sino que esperaba que me lo ofrecieran, para luego hacer pompa y gala de mis motivos (más que fundamentalistas, claramente) para no cometer tamaño crimen. Logré evengelizar a unos cuantos. Y horrorizar a más de esos cuántos...
Así, a medida que mi imperialismo ideológico del vegetal avanzaba, el frío se hacía cada vez más crudo.
Un día, una noche, en realidad, llegué a mi casa. Cinco grados bajo cero. Había pollo al horno. Me sirvieron  las papitas y esas menudencias que suelen acompañarlo.
Miré el pollo humeante. No cedí. Terminó la cena, y orgullosa, me tomé tres tazas de té hirviendo, como para darle un poco de temperatura a mi cuerpo incólume de fratifagia. Porque ese era mi lema: somos todos hermanos. No nos comemos.
Pasaron años de papas y ensaladas. Años de escarbar rellenos en busca del rastro, prueba del delito. Años de no comer chocolates que tuvieran grasa bovina. De no usar shampoo de marcas que experimentaran con animales. De leer y participar activa y acérrimamente de espacios veganos, macrobióticos y otras banalidades de la vegetarianidad orgánica y casi zen.
Me fuí decididamente al carajo. Pero no cedía.
No sabría ubicar un punto de inflexión como el del inicio de esta quimera. Creo que fue más paulatino. O más algo, o menos otra cosa.
De a poco y readaptando toda teoría a los parámetros de una práctica un poco más civilizada, fui conviertiendome en esto que soy ahora. Que no sé bien qué es. Pero que tampoco me importa.
Lo que sí recuerdo, es que en este rito de pasaje progresivo, una noche, volvió a haber pollo.
-Mari, en el horno están las papitas (con cara de "y esas porquerías que comés vos")
-bueno... (y sabiendo que este era mi fin, o mi principio) pero quiero pollo.
HORROR del público familiar.
-???!!!
-sí, (y tratando de fundamentar lo infundamentable) es como que no me da tanta angustia que se muera un pollo (listo, me había enterrado sola)
- Claro, animal que merece morir, animal hijo de puta si lo hay, el pollo... -
Dijo mi papá, haciendo ahora gala él, pero de su perfecto sarcasmo. Ese que heredé, y que con arduo trabajo aprendí a amar. Casi tanto tanto como a él. Pero no tanto.

2 comentarios:

  1. Hermosa crónica. Tu fanastismo estaba justificado por tu adolescencia. Me fastidian mucho los vegetarianos/veganos evangelizadores que ya están bastante grandecitos.
    Besos!
    D.

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  2. algunos fanatismos aun no cedieron, pero bueno... ese es otro tema. Y, ahora que lo mencionás, yo tampoco me fumo mucho a esos fundamentalistas, ni a unos cuántos otros!

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