jueves, 17 de mayo de 2012

Ciclotimia sin igual, la que padezco. Me ha dejado muy pero muy mal parada en relaciones y situaciones de todo tipo. No puedo aguantarme las palabras inoportunas, sencillamente, no puedo.
Quedo esclava de mis sincericidios, y lo que es peor, me termino de cavar la tumba cuando intento maniobrarlos.
Significantes más, significantes menos, pareciera no haber un filtro entre lo que pienso y lo que digo. O hago.
Sí. Ya son casi pasajes al acto.
Con el tiempo -a algunos les llevó más, a otros menos... y otros aun lo intentan- quienes me conocen, empezaron a tenerme más paciencia. O piedad.
Lo peor de todo esto, es que cuando más feliz soy, menos hablo. Se desliza y evidencia, entonces, la carencia absoluta de esta sensación. Mi verborragia crónica, mi padecimiento hablado.
Pero a todo esto -y por suerte y alivio para mi- hay también puertas o ventanas o algo, que se abre.
Estas aperturas solían venir de la mando de algún caballero muy señorial, que entraba en mi vida por la alfombra de la realeza, y salía despedido por el paredón del olvido.
Modas de un silencio ficticio. Mal actuado de mi parte. Y con motivaciones de complacencia, en la pretendida (y añorada) calma. Que no era tal, claro.
Hasta que  un día, me callé. Simplemente me callé, y fui felíz. No hubo nadie a quien atribuirle mi calma. Igualmente, fue hace tan poco que probablemente no sea un alguien en particular, sino los muchos en general. La vida, mi arte. Vaya uno a saber. Pero es. Una nueva ala. O la que me faltaba.
La clara experiencia de libertad, la sensación de volar y flotar al mismo tiempo. Aire y agua. Como una versión viviente de ese cuadro que siempre me gustó y que nunca supe como se llamaba. Ese en el que hay muchos peces que trasmudan en pájaros. O al revés.
Hoy encontré todo. De a ratos me retuerzo presa del pánico ante lo nuevo. Me permito un desliz de palabrines, y no sucumbo. Es como un acuerdo. Un trato. Un tratar... a veces lograr, a veces no. Pero es.
Y digo que encontré todo, porque no solo que hallo mi esencia en el silencio -en el que soy- sino que además, después de haber dado el último (espero) coletazo de barbaridades semánticas, estoy en paz.
Ubiqué la maravilla de lo posible. De lo que se puede. Que es real. Que no es la muerte de nadie si me equivoco, ni si me atrevo. No muero por no decir. Digo porque quiero.
Encontré mi deseo.
Y el cuadro.




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