martes, 23 de abril de 2019

El Testigo

  Yo estaba ahí. Ella me había llamado. Pidió que fuera a ver el estado de cosas. Tragué -varias veces y con esfuerzo- el impulso de salir a vomitar en el pasillo.
Era una masacre.
Creía haber conocido el horror, pero esto me ubicó en zapatos de novato. Finalmente, me fui.

  Situaba la escena mentalmente y las arcadas volvían. no entendía cómo esta mujer había tenido el coraje -y la bajeza- de llegar hasta eso, con cara de impávida. Como si nada. Evidentemente, no tenía ella olfato.
No logré reconstruir el caso, y ya pasaron semanas de agotarme entre cabos y evidencias.
Todas sus pistas en el decir, eran jeroglíficos. Ya había intentado ir con un psiquiatra ella, por su dolencia. Yo, a pedir luz para esta lectura.  Pero el diagnóstico -para ella- y la conclusión  -para mi- fueron un cachetazo desolador y estrafalario: no hay cura, firmó.
Abandoné la impetuosa idea de llegar a develar tales asuntos. Pero la escena me asaltaba una y otra vez. En los sueños y en la vigilia.

  Pasaron cinco años. Volví a esa ciudad de la que tuve que irme para no enloquecer.Fui a buscarla y pude dar con ella luego de algunos datos difusos que me brindaron sus conocidos.
Llegué a su casa por segunda vez. allí seguía. La bocanada pútrida del recuerdo volvió a azotarme. Ella estaba calma. Quieta.
Me ofreció té. Cuando se extendió para alcanzar las tazas del estante, sonrió. lloró. hizo una mueca esquizofrénica. Se apretó las manos. Volvió a sonreír.
Nos sentamos a la mesa y me indicó -casi  por favor- que no ocupara ese lugar.Acarició al gato que yo miré con asco.
- A él tampoco le gustaba...- dijo.
No quise preguntar nada en esa dirección.
Ella fue piadosa, bebió un sorbo de té e inició el relato. Casi por inercia.

  Todo lo que aquí trasncribiré, es la desgrabación textual de sus palabras, de la conversación en su casa el 17 de julio de 2017. Algunas -pocas- oraciones perdidas por la baja calidad del dispositivo. Entre paréntesis, mis comentarios.
< podría haber tenido no solo el cielo, no sólo el infierno, sino ambos. Al mismo tiempo. Pero prefirió el limbo. Prefirió meter su lengua en una boca tosca. Sus dedos en una piel áspera... seca. (me mira desafiante, perdona mi vergüenza, omite lo que ambos sabíamos que diría) ... el sexo, ya sabés (agacho la mirada) por eso venía (le rebalsan los ojos de odio y lágrimas invisibles, como de sangre) También le gustaba mi inocencia. Esta ingenuidad del té y las tacitas, con la que después no supo hacer nada, más que burlarse... (se pierden palabras porque murmura, no se graba)
<Yo lo esperaba. Siempre. Con pies inquietos de niña, con candor ardiente de loba. Él llegaba a comer---devorarme, en ese banquete al que lo convidaba como anfitriona, sirviendo mi propia carne (sus ojos se abren tensos y frenéticos, siento miedo. Parece endemoniada, pero es sólo sufrimiento. Siento lástima)
<Una vez me besó en la frente (mira hacia la puerta, interrumpe el relato con silencio prolongado. Como un tren que se pierde )
(la miro y no puedo descifrarla, sus manos pulcras y rosadas, capaces de estrangular. Su boca bebedora de té a sorbitos... con la que arrancó pedazos de un cadaver. Dios mío.)
(Vuelve de ese trance y me mira serena, hasta alegre)
<pero viniste por otra cosa, verdad? (asiento) Preguntame...
-quiero saber el motivo - (no deja que termine la frase, interrumpe con un tono más alto)
-mi universo es mudo nuevamente (baja el tono mientras va terminando la frase)
- por qué... - pregunto  completamente fuera de toda coordenada
- ...porque él era el único a quien había podido contarle. El único testigo de mi alma estallada.


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