martes, 16 de octubre de 2012

Es tilo. Es pera


Lo inútil asalta a la espera. Y la fatalidad es apuro. Los poros, azorados como testigos mudos del sudor que se escurre de la paciencia. Metáfora barata la de la arena del reloj. Pero así.
Desesperar sin mover un músculo. O agitarlos todos, en vano.
La fila. La formación favorita del obsesivo. Pero su Némesis.
Un sucederse de cuerpos ausentes, pero con sus motivos y sus colores. Sobre todo sus colores.
Insistir con la mirada en la nuca del antecesor, poco empuja el asunto. Pero, si puede reparase en los colores, el tapiz es recreativo. O bien, un Roscharch psicodélico... y ahí si: Sin escalas a lo isoslayable. Desde la duda respecto de la perilla del gas, hasta el triciclo con timbre de metal... en la casa de la abuela? Las tardes en la vereda.. y el sopor del aire se aleja. Hasta el semblante - antes punzante de inmediatez- delata la ensoñación...
La espera es cruda. O a fuego lento. Pero nunca de la manera que -paradójicamente- se espera.
Desnuda en público aquellas vergonzantes manías, pero no se corre peligro: nadie ve, aunque todos miran por que ninguno los vea. Ausencia y espera. Fatal combinatoria espaciotemporal, que exhorta a toda bajeza a aflorar.
¿Qué se espera en una fila? ¿Qué se llora en un llanto? ... qué se dice en una palabra?! ¿y en un silencio?
Parada en el borde. En el límite entre la espera y la deseperación. En una fila mundana que resignifica todas las simbólicas, y cada uno de los momentos suspendidos. Decidida y premeditadamente, resuelvo la caída libre al infinito de posibilidades.
Nada de mirar la luna. Nada de cinco minutos para un té.
Renovada estética de la desesperación. Estilo creativo del anhelo.
Sí, es inútil esperar esperando.




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